Luminiscencia
Emisión de luz no causada por combustión y que, por tanto, tiene lugar a
temperaturas menores. Un ejemplo de luminiscencia es la luz que emiten algunas
pegatinas o adhesivos que brillan en la oscuridad después de haber sido
expuestas a la luz natural o artificial. La luminiscencia es distinta de la
incandescencia, que es la producción de luz por materiales calentados.
Este tipo de contaminación es el brillo o resplandor de
luz en el cielo nocturno producido, principalmente por el alumbrado público y
el uso de luminarias inadecuadas y/o excesos de iluminación.
La dispersión hacia el cielo se origina por el hecho de
que la luz interactúa con las partículas del aire, desviándose en todas
direcciones. El proceso se hace más intenso si existen partículas contaminantes
en la atmósfera (humos, partículas sólidas) o, simplemente, humedad ambiental.
La expresión más evidente de esto es el característico halo luminoso que
recubre las ciudades, visible a centenares de kilómetros según los casos, y las
nubes refulgentes como fluorescentes. Como detalle anecdótico e ilustrativo se
puede mencionar el hecho de que el halo de Madrid se eleva 20 Km. por encima de
la ciudad y el de Barcelona es perceptible a 300 Km. de distancia, desde el Pic
du Midi y las sierras de Mallorca. En condiciones normales, los navegantes
podrían ir de Mallorca a Barcelona de noche, simplemente guiándose por el
resplandor del halo.
Provoca la alteración del ciclo reproductivo de determinadas
especies (insectos, especialmente).
Todo esto es lo que llamamos polución lumínica.
Se produce cuando la luz artificial procedente de la
calle entra por las ventanas invadiendo el interior de las viviendas. Su
eliminación total es imposible porque siempre entrará un cierto porcentaje de
luz reflejada en el suelo o en las paredes, pero de aceptar esto a tener que
tolerar como inevitables ciertos casos aberrantes de descontrol luminotécnico,
como poner globos sin apantallar frente a las ventanas, o iluminar fachadas con
potentes focos, hay un abismo. Al no existir conciencia ciudadana de que esto
es una nada sutil forma de agresión medio ambiental, nadie piensa en
denunciarlo, excepto en casos contados de protestas multitudinarias de vecinos.
El grado de afectación de la luz artificial sobre el hombre, parece apuntar
hacia una conexión entre el uso de bombillas de Vapor de Mercurio (luz blanca)
y la exteriorización de mayores índices de agresividad.
Hay un caso de trastorno evidente: el de aquellas
personas que en verano necesitan imperiosamente abrir la ventana para dormir y
no pueden hacerlo si tienen la desventura de tener un foco luminoso frente a
ella: sueño inquieto, ausencia de reposo, insomnio, cansancio y nerviosismo son
las consecuencias más usuales.
Se origina cuando la luz de una fuente artificial incide
directamente sobre el ojo, y es tanto más intenso cuanto más adaptada a la
oscuridad esté la visión. Al ser éste un efecto indeseado, toda la luz que lo
origina no se aprovecha, cosa que no sólo es un despilfarro, sino que
constituye un elemento evidente de inseguridad vial y personal.
El modelo
luminotécnico vigente prima el deslumbramiento porque se basa en la falsa
concepción de que el exceso de luz incrementa la visibilidad y los ciudadanos,
inconscientes de ello, demandan más luz a los responsables públicos, en la
creencia de que su seguridad personal aumenta con el exceso. Al final resulta
todo lo contrario: una persona deslumbrada carece de seguridad, se mire por
donde se mire: es vulnerable a las agresiones físicas y también ve mermada su
capacidad de respuesta en la carretera al no poder su ojo percibir los detalles
inmediatos. Exceso de luz mal dirigida y buena visibilidad son términos
opuestos.
Todo el mundo ha experimentado lo que sucede cuando
pasamos de un ámbito muy iluminado a otro totalmente oscuro: necesitamos tiempo
para adaptarnos a la oscuridad y pasamos de no ver nada en absoluto a percibir,
primero, formas inconcretas; después formas más específicas y, finalmente,
detalles menores y distintos niveles de brillo en ellos.
El alumbrado de carreteras
Representa un punto crítico en esta cuestión. Se tiende a
iluminar con exceso de potencia el mayor número posible de tramos de carretera,
en la creencia de que ello supone un aumento de la seguridad vial.
Habría que
ver los estudios estadísticos sobre siniestralidad nocturna en carreteras
iluminadas y no iluminadas para poder evaluar con equidad la conveniencia de
hacerlo o no. Porque hay algo que sí es evidente: los conductores corren más en
los tramos iluminados y esto supone un incremento del factor de riesgo
velocidad. Por otra parte, a veces se instalan en carreteras de circulación
densa y autopistas puntos de luz con luminarias incorrectamente apantalladas
que deslumbran y, sorprendentemente, no se ve en ello un factor de inseguridad.
Finalmente, tampoco nadie se preocupa del enorme deslumbramiento que suponen
las instalaciones privadas o públicas situadas en las inmediaciones de la
carretera: campos de deportes con proyectores apuntando directamente a ella y
focos exteriores de industrias o de particulares con la misma orientación
inadecuada, son un espectáculo común en nuestras vías de circulación
Es la consecuencia indeseada e inevitable de los factores
anteriormente descritos. Si éstos se evitaran, ahorraríamos porcentajes mínimos
de un 25% en la factura de la luz, pudiéndose alcanzar porcentajes mayores del
40% en ciertos casos, si existiera la voluntad de utilizar lámparas de sodio de
baja presión y se hiciera una fuerte apuesta por rebajar potencias en las
luminarias.
Porque lo cierto es que hasta el presente ha existido una especie
de contubernio entre las compañías eléctricas y los fabricantes de luminarias y
de bombillas, por el cual unos y otros han hecho del exceso de consumo su
principal negocio.
Provoca también un abuso de los recursos naturales, un
sobreconsumo de combustibles fósiles, energía y recursos. Mucho más de lo que
realmente necesitamos.
La proyección de luz en el medio natural
Origina fenómenos de deslumbramiento y desorientación en
las aves, y una alteración de los ciclos de ascenso y descenso del plancton
marino, lo que afecta a la alimentación de especies marinas que habitan en las cercanías
de la costa. Crea desequilibrios y tensiones que facilitan la aparición de
plagas, el empobrecimiento genético de poblaciones y extinciones. También
incide sobre los ciclos reproductivos de los insectos, algunos de los cuales
han de atravesar notables distancias para encontrarse y no pueden pasar por las
"barreras del luz" que forman los núcleos urbanos iluminados.
Se
rompe, además, el equilibrio poblacional de las especies, porque algunas son
ciegas a ciertas longitudes de onda de luz y otras no, con lo cual las
depredadoras pueden prosperar, mientras se extinguen las depredadas.
Finalmente, la flora se ve afectada al disminuir los insectos que realizan la
polinización de ciertas plantas. Aunque es algo no estudiado todavía, resulta
palpable que esto podría afectar a la productividad de determinados cultivos.
En otro orden de cosas, la emisión indiscriminada de luz
hacia el cielo y su dispersión en la atmósfera constituyen un evidente atentado
contra el paisaje nocturno, al ocasionar la desaparición progresiva de los
astros. Algunos de ellos no tienen un brillo puntual como las estrellas, sino
que son extensos y difusos (las nebulosas y las galaxias) y, por esta razón,
son los primeros en resultar afectados.
Surge el peligro a perder la noche estrellada
Al incrementarse más y más el brillo del cielo, acaban
por desaparecer también, de forma progresiva, las estrellas, con lo que, al
final, solamente las más brillantes, algunos planetas y la Luna resultan
visibles en medio de un cielo urbano que es como una neblina gris-anaranjada.
Si consideramos que en condiciones óptimas, nuestro ojo alcanza a distinguir
estrellas hasta la sexta magnitud, lo cual supone poder alcanzar a ver unas
3.000 en verano, podremos juzgar con equidad la magnitud de lo que nos
perdemos.